Reflexión sobre Lucas 10:38: La hospitalidad de Marta
“Y aconteció que yendo, entró él en una aldea: y una mujer llamada Marta, le recibió en su casa.” (Lucas 10:38, RV 1909). Este versículo nos introduce a un momento significativo en el ministerio de Jesús, donde la sencillez de un gesto cotidiano —abrir la puerta de una casa— se convierte en una enseñanza profunda sobre el servicio y la vida cristiana.
El desafío de la hospitalidad en tiempos modernos
En nuestra cultura acelerada, la hospitalidad se ha convertido en una práctica menos común, muchas veces relegada a eventos especiales o encuentros formales. Sin embargo, el acto de Marta nos recuerda que recibir a otros con amor y apertura es una expresión tangible del amor de Dios en nuestras vidas. La dificultad radica en equilibrar nuestras responsabilidades diarias con la atención genuina hacia quienes nos rodean.
Además, en ocasiones, la hospitalidad puede convertirse en una carga o motivo de estrés, cuando la perfección o la preocupación por la opinión ajena opacan el gozo de servir. Marta, en el relato completo, nos muestra tanto la entrega como la tensión que puede surgir cuando el servicio se vuelve una tarea agobiante.
El evangelio en la casa de Marta: servicio y presencia
Jesús no solo acepta la invitación de Marta, sino que también nos enseña que la verdadera hospitalidad va más allá de los actos externos. La historia continúa mostrándonos a María, hermana de Marta, quien opta por sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra. Aquí se revela un equilibrio necesario: servir con manos activas y nutrir el alma con la presencia de Cristo.
El evangelio nos invita a encontrar en Cristo la fuente de nuestra energía para servir, recordándonos que el servicio sin comunión con Él puede agotarnos y desviarnos de lo esencial. La hospitalidad cristiana es, por tanto, un reflejo del amor de Dios que acoge y transforma tanto al que recibe como al que da.
En nuestro día a día, abrir las puertas de nuestro hogar y de nuestro corazón puede ser una poderosa manifestación de la gracia divina. Al hacerlo, reconocemos que cada encuentro es una oportunidad para mostrar el amor de Jesús y ser instrumentos de su paz.
- Creer que la hospitalidad siempre debe ser perfecta y sin esfuerzo.
- Olvidar la importancia de la presencia espiritual mientras servimos.
- Dejar que el servicio se convierta en una fuente de orgullo o agotamiento.
- No valorar el poder transformador de una simple invitación.
- Separar el acto de servir de la comunión con Cristo.
“La verdadera hospitalidad no consiste en dar mucho, sino en dar con amor y autenticidad.”
Recibir a Cristo en nuestro hogar y en nuestro corazón es el primer paso para extender su amor a los demás con gozo y humildad. Que esta reflexión sobre Lucas 10:38 nos impulse a ser como Marta, abiertos y dispuestos a acoger al Señor y a quienes Él pone en nuestro camino.