Reflexión sobre Lucas 7:36: "Y le rogó uno de los Fariseos, que comiese con él. Y entrado en casa del Fariseo, sentóse á la mesa."
Lo que revela acerca de Dios
Este versículo nos invita a contemplar la iniciativa divina para acercarse a nosotros en medio de nuestras imperfecciones y prejuicios. Un fariseo, representante de la ley y la tradición, invita a Jesús a su casa, lo que simboliza un punto de encuentro entre la gracia y la ley, entre la humanidad y la divinidad.
En el contexto histórico, los fariseos eran estrictos en la observancia de la ley, y su invitación a Jesús no solo implica hospitalidad, sino también una oportunidad para confrontar sus propias ideas y abrirse a una verdad mayor. Dios se manifiesta aquí como un Dios que busca relación, que se sienta a la mesa con quienes le invitan, incluso si hay barreras sociales o espirituales.
Jesús aceptando la invitación muestra la humildad y el amor que caracterizan su ministerio. Él no rechaza al hombre religioso, sino que se dispone a compartir con él, mostrando que la fe auténtica va más allá de las apariencias y las reglas externas.
Nuestra respuesta
Este pasaje nos desafía a examinar nuestras propias actitudes hacia Dios y hacia los demás. ¿Estamos dispuestos a invitar a Jesús a nuestra vida cotidiana y a nuestras circunstancias, por más complejas o limitadas que sean?
Además, nos llama a ser hospitalarios y abiertos, como el fariseo que invita a Jesús, aunque a veces nuestras expectativas o prejuicios nos impidan ver con claridad la obra de Dios en los demás.
Invitar a Jesús a nuestra "mesa" es permitir que transforme nuestras relaciones, nuestras decisiones y nuestro corazón. No se trata solo de un acto social, sino de una disposición profunda a recibir su presencia y enseñanza.
Al sentarnos con Jesús, aprendemos a vivir con humildad y amor, reconociendo que Él es el verdadero Maestro que nos guía hacia la vida plena.
- Invitemos a Jesús a nuestra vida diaria, sin reservas ni condiciones.
- Seamos abiertos y hospitalarios con quienes nos rodean, reflejando el amor de Dios.
- Dejemos que la presencia de Jesús transforme nuestras actitudes y prejuicios.
- Aprendamos a sentarnos con humildad ante Él, reconociendo nuestra necesidad de su gracia.
- Permanezcamos atentos a las enseñanzas que brotan del compartir con Cristo, para crecer en fe y amor.
"Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mateo 18:20)
En este versículo y reflexión, vemos que el encuentro con Jesús, incluso en un contexto cotidiano como una comida, es un momento sagrado donde Dios se revela y transforma.
Que nuestra vida sea un constante "sentarnos a la mesa" con Él, para crecer en intimidad y servicio.